Cazzu en Chile: La evolución de la reina del Trap

29.11.2025
📸 Nathalia Olivares
📸 Nathalia Olivares

por Loreto Murga


El concierto confirmó que la artista vive un momento de popularidad ascendente: sostuvo la noche con una presencia magnética y esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza que la distingue. Su setlist navegó entre los éxitos que hoy dominan las plataformas y los territorios afectivos de sus fans, y cada transición sonó pensada para mantener la temperatura arriba. La sensación fue la de un espectáculo que busca sorprender y arrasar, sin dejar respiro para el público.

En los pasajes más confesionales emergieron temas clave como "Toda", "Nada" y "Loca", piezas que funcionan como anclas emocionales dentro de su catálogo urbano. Esos momentos devolvieron la raíz que la impulsó al estrellato: letras crudas, actitud y un pulso que conecta con la audiencia más íntima. En cada una, la artista recordó por qué su propuesta original caló hondo en la escena latina.

Sin embargo, el concierto también dejó algunas ausencias que picaron: "Chapiadora" no apareció en el repertorio, y faltaron más cortes del álbum Una niña inútil, un disco que consolidó su faceta más literaria e íntima. Para muchos seguidores esos temas funcionan como piezas centrales de su identidad y su omisión quedó como un hueco notorio; el show priorizó la celebración por sobre la memoria discográfica.

Esa decisión curatorial inclinó el espectáculo hacia la inmediatez y la fiesta colectiva. El formato convirtió la noche en un evento diseñado para entretener masivamente: visuales, cambios coreográficos y pasajes de alta energía dominaban la escena. Fue efectivo para mantener el pulso, aunque limitó la posibilidad de explorar con calma los matices más sensibles de su obra.

Entre lo inesperado, la artista incluyó un guiño que emocionó: interpretó "El hombre que yo amo" de Myriam Hernández. La versión sonó delicada y reveladora, un gesto que mostró otra arista de su voz y su capacidad interpretativa. El cover funcionó como un puente generacional y como un recordatorio de que su rango no se agota en el trap; supo encontrar en la balada una pausa cálida que el público agradeció.

Aun con esos reparos, la capacidad escénica y el profesionalismo fueron incuestionables. Las visuales, la coordinación y la entrega vocal sostuvieron en todo momento la sensación de un espectáculo pulido. No hubo momentos de vacío: siempre había un recurso —una melodía, un gesto, una explosión rítmica— dispuesto a recuperar la atención del público.

En definitiva, la jornada fue una demostración del presente radiante de la artista: energía arrolladora, conexión masiva y dominio total del show. Pero también dejó claro que su obra tiene capas todavía por explorar en vivo. Quienes conocen su catálogo más profundo esperan que la próxima vez el repertorio combine igual medida de celebración y memoria: que, además de entretener, permita reencontrarnos con los temas que forjaron su identidad.