#FICValdivia “Dry Leaf”, de Alexandre Koberidze

por Nathalia Olivares
En Dry Leaf, Alexandre Koberidze despliega una obra de cine contemplativo que desafía las convenciones narrativas y estéticas del cine contemporáneo. Con una duración de 186 minutos, esta coproducción germano-georgiana se adentra en los paisajes rurales de Georgia a través de una road movie que, más que buscar respuestas, invita a la reflexión.
La trama sigue a Irakli, un padre que emprende un viaje en busca de su hija Lisa, una fotógrafa deportiva que ha desaparecido mientras documentaba estadios de fútbol en el campo georgiano. Acompañado por Levan, un amigo invisible de Lisa, Irakli recorre diversos pueblos y campos de fútbol, encontrando más preguntas que respuestas. La ausencia de Lisa y la presencia de Levan, quien nunca es visto pero cuya voz guía al espectador, establecen una atmósfera de misterio y desolación.
Lo que distingue a Dry Leaf es su enfoque visual. Koberidze opta por una estética de baja resolución, filmando con un teléfono Sony Ericsson de 2008. Esta elección técnica no es meramente estilística; transforma la percepción del espectador, obligándolo a centrarse en la textura, la luz y la forma, más que en los detalles precisos. La imagen pixelada y granulada se convierte en un lienzo que refleja la imperfección y la fugacidad de la memoria y la identidad.
La película se desarrolla en un ritmo pausado, donde la repetición de escenas y la observación detallada de la naturaleza y los objetos cotidianos adquieren un significado profundo. Escenas como el lavado de un coche o la contemplación de hojas secas se convierten en momentos de meditación sobre la vida, la ausencia y el paso del tiempo. Esta lentitud narrativa puede resultar desafiante para algunos, pero es esencial para la atmósfera introspectiva que Koberidze busca crear.
La ausencia de personajes visibles, como Lisa y Levan, refuerza la temática central de la película: la búsqueda de lo ausente. Las conversaciones con los habitantes de los pueblos son fragmentadas y a menudo evasivas, reflejando la naturaleza esquiva de la verdad y la memoria. Esta estructura narrativa abierta invita al espectador a llenar los vacíos con su propia interpretación, creando una experiencia cinematográfica única y personal.
La música, compuesta por Giorgi Koberidze, hermano del director, complementa perfectamente la atmósfera del filme. Las composiciones melancólicas y etéreas acentúan la sensación de nostalgia y búsqueda, sin sobrecargar las imágenes. La música se integra de manera orgánica, convirtiéndose en una extensión del paisaje sonoro que Koberidze construye.
Dry Leaf también destaca por su representación de Georgia. Los paisajes georgianos, con sus montañas, campos y pueblos, se presentan no solo como escenarios, sino como personajes en sí mismos. La tierra, con sus estaciones y ciclos, refleja las emociones y estados internos de los personajes, creando una simbiosis entre lo humano y lo natural.
La película ha sido reconocida en festivales internacionales, como el Festival de Cine de Locarno, donde recibió una Mención Especial. Este reconocimiento subraya la originalidad y el riesgo artístico que Koberidze asume al alejarse de las convenciones del cine narrativo tradicional.
En conclusión, Dry Leaf es una obra que desafía las expectativas y convenciones del cine contemporáneo. A través de su estética única, narrativa contemplativa y profunda exploración de la ausencia y la memoria, Koberidze ofrece una experiencia cinematográfica que invita a la reflexión y al cuestionamiento. Es una película que no busca respuestas fáciles, sino que propone un viaje hacia lo desconocido, donde el espectador es tanto testigo como participante.
Para aquellos dispuestos a embarcarse en una travesía cinematográfica que desafía las normas y estimula la mente, Dry Leaf es una obra imprescindible.
