#FICValdivia ‘Magalhâes’: el viaje interior de un conquistador

por Nathalia Olivares
Exhibida en el FICValdivia tras su estreno en Cannes, Magalhâes (o Magellan) reafirma la mirada radical y contemplativa del director filipino Lav Diaz, esta vez centrada en la figura del explorador portugués Fernando de Magallanes, interpretado por Gael García Bernal. Lejos de la épica de conquista o el relato histórico tradicional, la película se instala en un territorio más sensorial y filosófico, donde el viaje se convierte en una exploración del poder, la fe y la culpa.
Desde lo visual, Diaz apuesta por una puesta en escena de rigor pictórico y temporalidad extendida. Cada plano parece una pintura al óleo en movimiento: los cuerpos se funden con el paisaje, la luz se disuelve en la niebla y el horizonte se vuelve una línea incierta entre lo real y lo espiritual. El trabajo fotográfico de Artur Tort, en colaboración con el propio Diaz, no solo captura la inmensidad del océano y la densidad de la selva filipina, sino también el deterioro físico y moral de los personajes.
El filme abre y cierra con secuencias de masacres en Filipinas, en un gesto que conecta el colonialismo del siglo XVI con las violencias contemporáneas. Lav Diaz no reconstruye la historia, la desmantela: desmonta los mitos del "descubrimiento" y muestra el costo humano de la ambición imperial. En este sentido, el uso de planos largos y la ausencia de música incidental generan una experiencia casi litúrgica, donde el silencio adquiere una potencia dramática.
La interpretación de Gael García Bernal resulta uno de los grandes aciertos del film. Su Magallanes no es el conquistador heroico de los libros, sino un hombre agotado, obsesionado y a ratos delirante. Diaz lo filma como una figura espectral, fragmentada por la fe y la violencia, lo que convierte su travesía en un descenso a la culpa más que una gesta marítima. Frente a él, Ângela Azevedo, en el papel de Beatriz, encarna un contrapunto espiritual, una presencia que habita entre la memoria y el sueño.
El tono político de la película se consolida con la participación de Roger Koza como Afonso de Alburquerque. Su monólogo sobre el poder y la conquista funciona como un manifiesto del pensamiento colonial. Diaz filma esta escena en un único plano fijo, sin cortes, dejando que la palabra se vuelva imagen. Este tipo de decisiones reafirman la coherencia estética del realizador, que sigue apostando por un cine de observación y densidad filosófica.
Desde lo formal, Magalhâes opera como una meditación sobre la imagen y el tiempo. El montaje —también a cargo de Diaz— se construye por acumulación y resonancia, más que por progresión narrativa. La duración de 160 minutos, inusualmente breve en su filmografía, no reduce la complejidad del relato, sino que condensa su poética: planos sostenidos, ausencia de efectos, ritmo pausado y una narrativa que avanza a través de la contemplación.
La película articula un diálogo entre el cuerpo y el territorio. Las carabelas, los ríos y las costas colonizadas se convierten en símbolos del desgaste y la desposesión. Diaz filma el agua como una entidad viva que devora la historia, y la tierra como un espacio de resistencia silenciosa. La relación entre el hombre y el entorno recuerda al Tarkovski de Andrei Rublev y al Herzog de Aguirre, la ira de Dios, pero con una sensibilidad política propia del sudeste asiático.
A nivel temático, Magalhâes cuestiona la idea de civilización. La película contrapone el progreso europeo a la espiritualidad local, revelando que la conquista fue también una forma de destrucción cultural. En su mirada, el héroe no descubre, sino que devasta. La obra propone un espejo incómodo para el presente, donde las mismas lógicas de dominación siguen vigentes bajo otros nombres.
Proyectada en Valdivia, la película generó reacciones divididas pero intensas. Algunos espectadores se rindieron ante su belleza hipnótica; otros, ante su exigencia. Sin embargo, pocos quedaron indiferentes. Magalhâes es una experiencia que demanda tiempo y atención, pero ofrece a cambio una inmersión total en el lenguaje del cine como arte de resistencia.
En definitiva, Lav Diaz entrega una de sus películas más accesibles y, al mismo tiempo, más profundas. En Magalhâes, el pasado se vuelve espejo del presente, y la imagen se convierte en un territorio para la memoria. Con su mezcla de lirismo visual, reflexión histórica y densidad emocional, el director reafirma su lugar como uno de los autores más visionarios del cine contemporáneo, capaz de transformar una biografía en una meditación sobre el alma humana.

