Los Bunkers en el Movistar Arena: un acústico que reescribe la memoria del rock chileno

por Fernanda Araneda
📸 Javiera Pérez
El 7 de noviembre, Los Bunkers regresaron al Movistar Arena con un formato acústico que, lejos de apagar su potencia, la transformó en pura emoción. La banda demostró que, incluso sin la electricidad que los caracteriza, su música mantiene un pulso vivo capaz de movilizar a un recinto completo. Desde "Charagua" hasta el último cierre instrumental de "Ven aquí", el público fue testigo de un viaje íntimo, delicado y profundamente chileno.
La noche partió con una secuencia que marcaba el tono del concierto: "Miéntele", "Yo sembré mis penas de amor en tu jardín" y "Las cosas que cambié y dejé por ti". Cada canción reveló una nueva textura, impulsada por arreglos que parecían diseñados para que el Movistar respirara al ritmo de la banda. El formato unplugged abrió espacios para mirar hacia adentro, permitiendo que el público escuchara cada rasgueo y cada inflexión de voz como si estuvieran en una sala pequeña y no en un coloso.
A lo largo del show, la banda alternó clásicos propios con homenajes que reafirmaron su ADN musical. Entre "Bajo los árboles", "Calles de Talcahuano" y la emotiva secuencia de "Canción para mañana / Al final de este viaje en la vida", Los Bunkers se conectaron con sus raíces penquistas y con la historia del canto social latinoamericano. Esa línea se profundizó con sus versiones de "El necio" y "La exiliada del sur", donde la banda dejó claro que los referentes no se olvidan, se honran.
El repertorio avanzó con una mezcla precisa entre nostalgia y novedad. Canciones como "Noviembre", "Fantasías animadas de ayer y hoy" y "Rey" mostraron la versatilidad que ha mantenido vigente a Los Bunkers durante más de dos décadas. El cover de "Let 'Em In" puso un guiño internacional elegante, mientras que "Llueve sobre la ciudad" en versión acústica se volvió un susurro colectivo que dejó al público respirando al mismo tiempo.
Uno de los momentos más conmovedores llegó con la secuencia de homenajes a Silvio Rodríguez: "Quién fuera" y "Ángel para un final". Iluminados por un diseño cálido que abrazaba el escenario, los penquistas lograron que el Movistar Arena se sintiera suspendido en un silencio reverente. Ese clima se mantuvo con "La velocidad de la luz" y estalló de alegría cuando, en "Una nube cuelga sobre mí", apareció el títere de Juan Carlos Bodoque. La mezcla de humor, nostalgia y cariño convirtió ese instante en uno de los más celebrados de la noche.
El tramo final subió la energía sin abandonar la intimidad del formato. "Quiero dormir cansado" resonó con una fuerza inesperada, "No me hables de sufrir" abrazó al público con melancolía, y "Miño" desató un coro masivo que demostró por qué Los Bunkers son una parte viva de la memoria musical chilena. Cada persona en el recinto parecía tener una historia asociada a esa canción, generando un efecto multigeneracional que la banda reconoció desde el escenario.
El encore fue una fiesta emocional. "Ven aquí" abrió con un guiño cumbiero que encendió sonrisas al instante, seguido por una segunda interpretación de "Llueve sobre la ciudad" que reafirmó su estatus de himno transversal. El medley de "Bailando solo / Heart of Glass" desató el baile colectivo, y la versión caporal instrumental de "Ven aquí" cerró con elegancia una noche que se sintió única. Era evidente: Los Bunkers no solo tocan canciones, tejen recuerdos que se heredan entre generaciones.
En el Movistar Arena, la banda confirmó que su música no envejece, se expande. Sus canciones, interpretadas con delicadeza y convicción, demostraron que un acústico puede ser tan poderoso como un show eléctrico. Y lo que quedó en el aire al final no fue nostalgia, sino certeza: Los Bunkers siguen escribiendo, en vivo y sin estridencias, uno de los capítulos más importantes del rock chileno.
