Rosalía – LUX: La ópera prima celestial que reescribe el pop desde la eternidad

06.11.2025


por Nathalia Olivares

 

En LUX, Rosalía no solo asciende: se transfigura. Su cuarto álbum es, sin exagerar, la obra que cristaliza todas sus búsquedas previas en un gesto de ambición radical. Si El Mal Querer reinterpretaba el flamenco en clave contemporánea y Motomami rompía los límites del pop experimental, LUX emerge como un salto místico, una declaración de fe artística que no responde a ninguna tradición, pero las invoca todas. Es su ópera prima en el sentido más clásico: un manifiesto total, profundo y definitivo sobre quién es ahora como creadora.

Desde el primer movimiento del disco, queda claro que Rosalía se desplaza hacia territorios que exceden lo musical. LUXse articula como un rito en cuatro actos donde la voz, más que instrumento, es una ofrenda. Con una producción deliberadamente desnuda —a veces esquelética, a veces monumental— la artista construye un espacio sonoro que funciona como catedral emocional: un lugar donde lo íntimo y lo divino se rozan sin jerarquía.

Los violines, las orquestaciones y el trabajo con coros no buscan adornar ni embellecer: son parte de un lenguaje nuevo que Rosalía escribe mientras avanza. La intérprete catalán se deja poseer por la melodía, por el silencio y por la respiración. Aquí su voz no se esconde entre beats ni efectos; está capturada en estado puro, con una sensibilidad que remite a Los Ángeles, pero con una madurez que revela que ha alcanzado el control absoluto de su universo creativo.

En lo conceptual, LUX es un viaje hacia la mística femenina. No se trata de religión en un sentido dogmático, sino de espiritualidad como herramienta para comprender el deseo, el cuerpo, la identidad y la memoria. Rosalía utiliza símbolos cristianos, voces litúrgicas y referencias culturales de múltiples tradiciones para construir un mapa emocional donde cada canción funciona como un altar dedicado a una forma distinta de trascendencia. Es un álbum que invita a lo sagrado, pero desde la fisicalidad del amor, la violencia de la pérdida y la sed insaciable de belleza.

Los idiomas —trece en total— no funcionan como exhibicionismo estilístico; son un modo de romper el límite de la palabra. En LUX, la lengua es textura, atmósfera, gesto. Rosalía canta en catalán, castellano, árabe, ucraniano, siciliano, alemán y más, como si quisiera demostrar que la emoción puede destilarse más allá de cualquier estructura gramatical. En cada idioma se cuela una historia cultural, un eco ancestral, un modo distinto de acercarse a la divinidad.

La producción destaca especialmente en piezas como "Porcelana", donde lo minimalista se mezcla con lo industrial para dejar su voz en un primer plano que sobrecoge. En "Dios en un stalker" y "La yugular", los arreglos orquestales se cruzan con loops electrónicos y texturas sintéticas que recuerdan tanto a Björk como a la Rosalía de Motomami—pero ahora con un espíritu más sobrio, más adulto, casi ritual. El álbum avanza en espiral, con crescendos que nunca terminan de explotar y silencios que pesan como golpes.

A medida que el disco entra en su tercera y cuarta parte, lo sagrado adquiere un carácter íntimo. Rosalía abandona la grandilocuencia para mirar de frente sus propias fracturas: la devoción, el sacrificio, el amor a vida o muerte. La narrativa se vuelve circular; los versos parecen confesiones escritas entre lágrimas y delirio. En estas canciones, lo humano y lo divino dejan de ser opuestos: el cuerpo es relicario, el deseo es oración, la memoria es liturgia.

"Berghain" opera como quiebre y celebración: un himno que deconstruye la música de club hasta convertirla en un ritual pagano. Luego, "La perla" y "Divinize" profundizan en la idea del cuerpo como espacio sagrado, con imágenes líricas que oscilan entre lo erótico y lo místico. La Rosalía de LUX no teme ser excesiva; entiende que la intensidad es su lenguaje natural.

El desenlace llega con "Magnolias", una despedida que funciona como ascenso y descenso simultáneos. Rosalía se imagina encontrándose con el amor en el borde entre cielo y tierra, como si la muerte fuera solo otra forma de transformación. Es un final quieto y luminoso, el equivalente musical a una puerta que se abre hacia lo eterno. El disco no cierra: se entrega.

Queda claro que LUX no es un álbum pop convencional. Es una obra total, un acto de arte absoluto que exige entrega por parte del oyente. Puede abrumar, puede desconcertar, puede incluso dividir. Pero no se puede negar su grandeza: es un proyecto que solo alguien sin miedo —al qué dirán, al exceso, a la emoción desbordada— se atrevería a emprender. Rosalía entra al cielo no por imitar a lo divino, sino por crear un lenguaje capaz de tocarlo.

En LUX, Rosalía alcanza su forma más pura, más personal y más visionaria. Es su entrada al paraíso creativo, una ópera prima que ilumina todo lo que hizo antes y que redefine lo que puede ser el pop en el futuro.