Shakira en Chile: un espectáculo impecable que dejó nostalgia en el aire

23.11.2025

por Nathalia Olivares 
 
El regreso de Shakira a Santiago con su Las Mujeres Ya No Lloran World Tour fue recibido como un acontecimiento mayor: una noche donde el Estadio Nacional volvió a vibrar con el magnetismo inimitable de una de las figuras más influyentes del pop latino. Desde el primer impacto de "La fuerte", la artista dejó claro que estaba dispuesta a iluminar cada rincón del recinto con una propuesta contundente, visualmente exuberante y construida bajo la lógica del espectáculo total. Sin embargo, esa misma búsqueda por la eficiencia escénica dejaría un matiz de nostalgia entre quienes esperaban un reencuentro más profundo con su repertorio histórico.

El tramo inicial —"GIRL LIKE ME", el dúo entre "Las de la intuición" y "Estoy aquí", más la épica fusión de "Empire" con "Inevitable"— confirmó que Shakira domina como pocas el arte de compactar distintas eras de su carrera en bloques vibrantes, pero breves. Con "Te felicito" y "TQG", la colombiana reforzó su territorio pop contemporáneo, sostenida por visuales dinámicos, un cuerpo de baile impecable y una banda que logró que cada transición fuera tan milimétrica como funcional al ritmo del show.

Cuando llegó la sección más discursiva, con "Don't Bother", seguida del medley "Copa vacía / La bicicleta / La tortura", el concierto tomó un tono celebratorio y transversal. Fue el momento en que Shakira reafirmó su capacidad para apropiarse de distintas corrientes —pop, urbano, electrónica, folclore latino— sin perder su sello. Y aunque "Hips Don't Lie" y "Chantaje" encendieron el estadio como era de esperarse, lo que vino después marcaría una tensión que acompañó al resto del espectáculo: la sensación de que cada canción duraba apenas un suspiro.

"Monotonía", "Si te vas", "Soltera" y "Última" pasaron a una velocidad que, si bien mantenía el pulso energético, reducía la posibilidad de que el público viviera esos temas como momentos completos. Hubo emoción pura, especialmente cuando Shakira abordó "Ojos así" con su tradicional despliegue de danza árabe, pero también un eco constante en el ambiente: este show no vino a detenerse, sino a avanzar. Y ese impulso, aunque espectacular, limitó la oportunidad de recrear esa intimidad que muchas de sus canciones han construido a lo largo de tres décadas.

El bloque dedicado a sus raíces —con "Pies descalzos, sueños blancos", "Antología" y "Día de enero"— fue uno de los más celebrados. Allí estuvo la conexión emocional más profunda, el canto coral más ensordecedor y la memoria afectiva más viva del público chileno. Sin embargo, el énfasis en versiones cortas y la ausencia de piezas fundamentales del álbum ¿Dónde están los ladrones? (como "Ciega, sordomuda", "Moscas en la casa", "Octavo día" o "Que me quedes tú"), también remarcaron una falta sentida: demasiados clásicos quedaron fuera, pese a ser parte esencial de la identidad que el público esperaba reencontrar.

La recta final, con "La pared", "Suerte (Whenever, Wherever)", "Waka Waka", "Loba" y la "BZRP Music Sessions #53", funcionó como un cierre explosivo, diseñado para que nadie dejara de moverse. La artista fue pura electricidad, puro carisma, pura musculatura escénica. Pero incluso en ese tramo triunfal persistió la impresión de que el concierto estaba moldeado más como un "gran evento global" que como un repaso profundo de su trayectoria; más un espectáculo para impactar que un ritual para recordar.

En resumen, Shakira ofreció en Chile un show de talla mundial: impecable, vibrante, emocional y completamente dominado desde lo físico, lo vocal y lo audiovisual. Pero en esa perfección también se escondió cierta distancia, un vértigo que sacrificó la duración de varias canciones y dejó fuera piezas esenciales de su historia. Fue un concierto memorable, sin duda, pero también uno que dejó la sensación de que aún había mucho más Shakira por compartir. Y quizá, precisamente por eso, el deseo de verla volver se hizo aún más grande.